- MI DÉCIMO TERCERA CATEQUESIS.
- MI DÉCIMO CUARTA CATEQUESIS.
- MI DÉCIMO QUINTA CATEQUESIS DE CONFIRMACIÓN.
PADRE NUESTRO DEL
CIELO.
PROCLÁMESE ESE NOMBRE TUYO.
LLEGUE TU REINADO.
REALÍCESE EN LA TIERRA
TU DESIGNIO DEL CIELO.
NUESTRO
PAN DEL MAÑANA DÁNOSLO HOY.
Y PERDÓNANOS NUESTRAS DEUDAS,
QUE TAMBIÉN NOSOTROS PERDONAMOS A NUESTROS DEUDORES.
Y NO NOS DEJES CEDER EN LA TENTACIÓN,
SINO LÍBRANOS DEL MALO. AMÉN
Realícese
en la tierra tu designio del cielo.
Tercera
petición. La traducción ordinaria “hágase tu voluntad así en la tierra como
en el cielo”, se entiende poco. ¿Quién hace la voluntad en el cielo, para que
se haga en la tierra? No está claro. ¿Qué voluntad es esa? La palabra
voluntad, que está en la traducción latina “voluntas”, es una traducción
deficiente. Porque la palabra griega, significa algo concreto, y eso
concreto, si se refiere a un proyecto histórico, como es aquí, a un plan de
Dios, entonces la traducción “voluntad” no es correcta. Ponemos “tu
plan” o una palabra más noble y más bonita que es “tu designio”.
De manera que Dios tiene un designio.
¿Cuál es? Ya lo sabemos. Que esa humanidad nueva construya una
sociedad nueva, que es el reino de Dios. Esa humanidad nueva, que viene por
su reinado, por el don del Espíritu, construya una sociedad nueva. Fijaos, si
nosotros decimos “designio” o “plan”, entonces eso incluye dos fases: una fase de concepción y otra de
ejecución. Un designio, un plan se concibe y después se ejecuta. Y a
eso corresponden los dos términos. En el cielo se concibe y en la tierra se
ejecuta. Por eso la traducción es: Realícese en la tierra tu designio del
cielo. Dios tiene un proyecto, Dios tiene un designio sobre la
humanidad, que es esa sociedad nueva, esa sociedad de los hijos de
Dios, esa sociedad de felicidad humana, de libertad, de crecimiento, de
fraternidad. Él lo ha concebido en el cielo. Y lo que pedimos es que se realice
en la tierra.
La comunidad tiene ya experiencia, pequeña, frágil, de esa realidad.
Ella es parte de ese designio a realizar, es ya una pequeña parcela del
reino de Dios. Pero no basta. El compromiso inicial del cristiano se
hace por amor a la humanidad, como el de Jesús. ¿Veis como se trasluce el amor
a la humanidad en estas tres peticiones? Los que ya viven la nueva realidad
no pueden conformarse con vivirla ellos, están deseando que eso se extienda a
la humanidad.
De manera que tenemos ya la primera parte del Padre nuestro. Proclámese ese nombre tuyo, que la humanidad sepa que tú eres el dador
de vida, no un dios tirano, un dios arbitrario, sino el Dios que comunica vida a los seres humanos. Con lo cual se libera de toda superstición del poder,
de toda adoración del poder, de todo
respeto a la tiranía. La humanidad liberada. Llegue tu reinado. Que la humanidad haga la opción
aquella de la primera bienaventuranza, que cambie su estado de valores y tú
le infundas vida y se cree el ser nuevo. Realícese en la tierra tu designio del cielo, es decir, que
esos seres nuevos construyan la nueva sociedad, la que asegura la
felicidad de todos los seres humanos.
Esta es la primera parte del
Padre nuestro. Es completamente
misionera, volcada hacia fuera. Esto es notable, porque el Señor
nos enseña aquí cuál es el orden de prioridades en nuestras peticiones.
No empieza diciendo: Señor, yo pido por mí. No. Primero por todos, por
la humanidad. Fijaos en aquella frase de Juan que dice: “Así demostró Dios
su amor al mundo (que es la humanidad), llegando a dar a su Hijo único. De
manera que el amor a la humanidad, supera, por así decir, el amor al Hijo. En nosotros, el amor a la humanidad, supera
al amor hacia nosotros.
En las oraciones de los fieles, se empieza
siempre por la santa iglesia católica. Éste no es el orden del evangelio. Primero hay que pedir por el mundo, por la
humanidad, por los que lo necesitan, porque la gente cambie de mentalidad. Y
después pedimos por la iglesia, que somos nosotros. Pero empezar pidiendo por
la iglesia no es según el evangelio, según el Padre nuestro. Porque el Señor nos ha enseñado muy claramente cuál es el orden. Primero el amor a todos, después la preocupación por nosotros. Veis que, ser perfecto como vuestro Padre del cielo es perfecto, implica el amar a todos, el amor
universal. Por eso en primer lugar ponemos el
amor universal. Esto es lo que
tenemos que desarrollar. Desde nuestra realidad cristiana, que eso se haga
realidad en todas partes, en los tres grados: liberación, creación de la
persona nueva, creación de la sociedad nueva.
Porque sin seres humanos nuevos no hay
sociedad nueva. Ese era el engaño de
los judíos en tiempos de Jesús y de los discípulos, que tenían la misma
mentalidad. Y es que, según ellos, lo
que hacía falta era una revolución, una subversión reformista que quitase aquellos colaboracionistas,
aquellos corrompidos, que eran los
directores del pueblo en aquel tiempo, los sacerdotes y las familias ricas, y
diera una nueva estructura. No sirve
para nada. Lo hemos visto, lo estamos viendo. El ensayo de crear una sociedad nueva, como se ha hecho en los
regímenes comunistas, Rusia y China, sobre todo, sin cambiar a la gente, lleva a la ruina. Porque si la gente sigue siendo ambiciosa, como lo
sigue siendo, no ha renunciado a las ambiciones,
vuelve a salir todo y se creará, con otras formas políticas, la misma
injusticia. Y lo mismo podemos decir también de nuestra sociedad capitalista. ¿Cuál es su defecto? Esa ambición tremenda que crea violencia y crea
injusticia necesariamente. De manera que el orden, la prioridad es el amor a la
humanidad.
Y luego, como ya hemos dicho que estas peticiones suponen una
experiencia, expresan un deseo e implican un compromiso de trabajo,
naturalmente la comunidad se mira así misma y entonces pide estar a la altura y
empieza la segunda parte del Padre nuestro, donde se utiliza el
pronombre plural de primera persona: nosotros, nuestros, nos.
Mi amigo y yo fuimos a la feria. LA FERIA MUNDIAL DE LAS RELIGIONES. No era una feria comercial. Era una feria de la religión. Pero la competencia era tan feroz y la propaganda igual de estruendosa.
En el «stand» judío nos dieron unos folletos en los que se decía que Dios se compadecía de todos y que los judíos eran su pueblo escogido. Los judíos. Ningún otro pueblo era tan escogido como el pueblo judío.
En el «stand» musulmán supimos que Dios era misericordioso con todos y que Mahoma era su único profeta. Que la salvación se obtiene escuchando al único profeta de Dios.
En el «stand» cristiano descubrimos que Dios es Amor y que no hay salvación fuera de la Iglesia. O se entra en la Iglesia, o se corre el peligro de la condenación eterna.
Al salir pregunté a mi amigo: «¿Qué piensas de Dios?». «Que es intolerante, fanático y cruel», me respondió.
Cuando llegué a casa, le dije a Dios: «¿Cómo soportas estas cosas, Señor? ¿No ves que han estado usando mal tu nombre durante siglos?».
Y me dijo Dios: «Yo no he organizado la feria. Incluso me habría dado vergüenza visitarla».