jueves, 7 de enero de 2016

MI DÉCIMO QUINTA CATEQUESIS DE CONFIRMACIÓN.


PADRE NUESTRO DEL CIELO.
PROCLÁMESE ESE NOMBRE TUYO.
LLEGUE TU REINADO.

REALÍCESE EN LA TIERRA TU DESIGNIO DEL CIELO.
NUESTRO PAN DEL MAÑANA DÁNOSLO HOY.
Y PERDÓNANOS NUESTRAS DEUDAS,
QUE TAMBIÉN NOSOTROS PERDONAMOS A NUESTROS DEUDORES.
Y NO NOS DEJES CEDER EN LA TENTACIÓN,
SINO LÍBRANOS DEL MALO. AMÉN


La segunda petición tiene, en la traducción española, un defecto tremendo.  Se dice: venga a nosotros tu reino. Ese “a nosotros” no está ni en el griego ni en el latín ni en el francés ni en el italiano ni en el inglés ni en el alemán ni en ningún otro, solamente en el español. ¿Por qué se dice “a nosotros”, si no está? Es meter ahí un pronombre que pertenece a la comunidad, y eso corresponde a la segunda parte. Falsea completamente el Padre nuestro. Porque hemos dicho que los que rezan el Padre nuestro tienen ya experiencia de ese reino, Dios reina sobre ellos porque tienen el Espíritu. Ellos no piden para sí, piden para el mundo. Por eso, si os acordáis del latín, se decía: adveniat regnum tuum”. No a nosotros, sino que llegue tu reino. De manera que eso tenemos que corregirlo en nuestra oración. Porque si no, no entendemos el Padre nuestro.
¿Qué significa esta petición? La palabra reino puede traducirse de tres maneras: realeza, reinado y reino. La ordinaria, en lenguaje arameo o hebreo, es reinado. El reino somos nosotros, y no se puede decir que lleguemos a nosotros. Lo que se pide es que llegue su reinado, es decir, la actividad de Dios sobre la humanidad se ejerza. Ya se ejerce sobre la comunidad y ahora, esta comunidad, quiere que sea para el mundo entero, para toda la humanidad. El reinado de Dios es la comunicación de vida. La vida de Dios comunicada es el Espíritu. Por tanto lo que se pide es que esta experiencia de vida que tenemos nosotros, del Espíritu que nos ha dado vida, que sea también experiencia de la humanidad. La pequeña utopía realizada y la gran utopía.
Acordémonos de la primera bienaventuranza. “Dichosos los que eligen ser pobres, porque sobre ellos reina Dios, Dios ejerce su reinado, tienen a Dios por rey”. De manera que para que Dios ejerza su reinado sobre los seres humanos, esa comunicación de vida, hace falta esa opción, la opción por la pobreza, que es la opción contra las ambiciones de dinero, de honor y de poder. La comunidad ha hecho la opción y ha recibido el Espíritu, ya Dios reina sobre ella. Entonces se pide que Dios reine sobre la humanidad, y eso implica que la humanidad cambie su estado de valores, que en vez de los valores de la sociedad injusta (la ambición, las insolidaridades, la violencia interna y externa), que cambien y que elijan precisamente lo contrario: la sencillez y el compartir, la igualdad y el servicio mutuo, en vez del poder, el honor y el dinero. De manera que esta humanidad que, primero, se libera al comprender que Dios es Padre y no es tirano y, por lo tanto, no acepta un tirano, esa humanidad, así liberada, haga las opciones propias de ese Padre que se propone, las opciones que el Padre pueda reinar. Las opciones implican renunciar a las ambiciones, y entonces “tu reinado” será una realidad. Que la humanidad se llene de vida, de Espíritu, de amor, de solidaridad, de fraternidad, porque ha hecho las opciones que eliminan esas rivalidades, hostilidades y violencias de la sociedad en que vivimos.
De manera que éste es el reinado de Dios. Dios reina sobre cada uno de nosotros y también sobre todos, porque la opción la hace cada individuo, esa no es comunitaria. Dentro de la comunidad, uno hace su opción personal. Eso es inevitable. No se pueden hacer opciones comunitarias, cada uno tiene que hacer su opción. Entonces así se crea la persona nueva. La persona que hace esa opción, que destierra de sí las ambiciones, que renuncia a todo eso y recibe el Espíritu, es la persona nueva, la nueva criatura. Entonces lo que se pide es que los seres humanos sean personas nuevas y que por esa opción vaya surgiendo la humanidad nueva.


LA ORACIÓN DE LA RANA (ANTHONY DE MELLO)

 Una niña estaba muriendo de una enfermedad de la que su hermano, de dieciocho años, había logrado recuperarse tiempo atrás.

              El médico dijo al muchacho: "Sólo una transfusión de tu sangre puede salvar la vida de tu hermana. ¿Estás dispuesto a dársela?

              Los ojos del muchacho reflejaron verdadero pavor. Dudó por unos instantes, y finalmente dijo: "De acuerdo, doctor; lo haré".

              Una hora después de realizada la transfusión, el muchacho preguntó indeciso: Dígame, doctor, ¿cuándo voy a morir?" Sólo entonces comprendió el doctor el momentáneo pavor que había detectado en los ojos del muchacho: creía que, al dar su sangre, iba también a dar la vida por su hermana.

PARA LEER LA CONFERENCIA ENTERA:

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