ANTHONY DE MELLO.
La mujer dejó en el suelo su
cántaro de agua y marchó a la ciudad. Y dijo a la gente: "Venid y veréis
al hombre que me ha dicho todo cuanto he hecho. ¿No será el Mesías?".
Cristiano:
¡Qué lección, la de la
samaritana...!
No dio respuestas. Se
limitó a hacer una pregunta y a dejar que los demás encontraran la respuesta
por sí solos. Y eso que tuvo que sentir la tentación de dar la respuesta,
después de haber oído de tus propios labios: "Yo soy el Mesías, el que te
está hablando".
Y fueron muchos los
que se hicieron discípulos tras escuchar sus palabras. Y le dijeron a la mujer:
"No creemos por lo que tú has dicho, sino porque nosotros mismos le hemos
oído a Él, y sabemos que Él es realmente el Salvador del mundo".
Me he contentado con
saber acerca de Ti de segunda mano, Señor. De las Escrituras y de los santos;
de Papas y predicadores...
Me habría gustado
poderles decir a todos ellos: "No creo por lo que vosotros habéis dicho,
sino porque yo mismo le he escuchado a Él".
VIDA.
No existe en Mt, Lc y
Jn un término abstracto para designar la vida física. El gr. Psykhê es un
concreto que denota al individuo humano en cuanto vivo y consciente; de ahí que
a menudo equivalga en el uso al pronombre reflexivo (Mc 8,35; Jn 10, 11.15.17.24;
12,25.27; 13,37s; 15,13).
La psykhê aparece como
objeto de entrega, significando que el hombre se entrega o entrega la propia
vida (Mc 10,45; Jn 10,11.15.17; 15,13). Todo discípulo ha de estar dispuesto a
arriesgar la propia vida en medio del mundo hostil, así se conserva él mismo
para una vida definitiva (=salvación, Mc 8,35; Mt 10,39; Jn 12,25).
Paradójicamente, la entrega de sí mismo hace que
el hombre se recobre con una nueva calidad de vida (Jn 10,17; 12,25). La entrega, que es total,
no es un acto único y final, se
realiza en cada circunstancia (Jn 10,11.15ss: “me entrego”, presente). “Entregarse” o “morir” (Jn
12,24) significan el don total de sí a que lleva continuamente la exigencia del
amor (el Espíritu); la experiencia de “recobrar la vida” se verifica también en
cada ocasión; al
entregarse, el hombre vuelve a encontrarse con su nueva identidad de hijo de
Dios: la entrega propia del amor gratuito lo hace semejante al Padre.
La capacidad de
entregarse o entregar la propia vida supone ser dueño de ella (10,18), lo mismo
en Jesús que en el discípulo. La entrega es condición para el fruto (Jn 12,24).
En Mt, Mc y Jn, el
término gr. Zôê significa no simplemente “vida” sino “vida definitiva” (Mt
19,16s), no sujeta a la muerte, lleve o no el adjetivo (Mt7,14; 18,8s; 19,29;
25,46). En Lc, si no va calificado, significa la existencia terrena (12,15;
16,25; “vida definitiva” en 10,25; 18,18). “Vida definitiva” = Salvación, Reino,
etapa final del Reino. El judío la obtiene practicando el amor al prójimo (Mt
19,16-19); lo mismo el pagano (25,34-36; Lc 10,15-28).
a) El Espíritu, la fuerza de amor
del Padre, comunica vida definitiva (Jn 6,63; 4,14; 7,37-39); es el
nuevo principio vital que el Padre infunde por medio de Jesús (5,21; 19,30;
20,22; 19,34). ( Espíritu sinónimo de Amor). Recibir la vida definitiva equivale a un nuevo nacimiento
(3,3.5.6), a “nacer de Dios” (1,13).
b) La condición para
recibir la vida y poseerla es la adhesión a Jesús en su calidad de Hombre levantado en alto,
es decir, de hombre que da
su vida para salvar a los hombres de la muerte (3,14s), y de Hijo único
de Dios, el don que prueba el amor de Dios a la humanidad (3,16). En otras
palabras, la condición es reconocer el amor de Dios expresado en la muerte de
Jesús y, viendo en él el modelo de Hombre, tomar ese amor por norma de la
propia vida (13,34).
c) Para el hombre, la única luz o
verdad es la vida misma (Jn ,1,4), el esplendor de la vida. Se deduce que Jesús no viene a revelar una
verdad independiente de la vida; revela la verdad comunicando vida, cuya
experiencia y evidencia constituyen la verdad.
d) La vida definitiva es
aquella que, por su
calidad, supera la muerte física (8,51). Al hacer suyo el mensaje de Jesús, el hombre pasa de la
muerte a la vida (5,24). Este paso explica que quien ha recibido la vida por la adhesión a Jesús
no esté sujeto a juicio (3,18; 5,24). La permanencia de la vida a través de la muerte es lo que
se llama “resurrección” (11,25s).
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