FRASES.
1 FRASE.
Cuantos
ponen por amor su propia vida al servicio de otros experimentan constantemente
la presencia de Jesús en su existencia, sin tener necesidad de experiencias
extraordinarias. Alberto Maggi.
2 FRASE.
La verdadera diferencia religiosa
no es la diferencia entre quienes dan
culto y quienes no lo dan, sino entre quienes aman y quienes no
aman. Miguel Ángel Ortega.
3 FRASE.
1
Jn 4,7-8.
7Amigos míos,
amémonos unos a otros, porque el amor viene de Dios y todo el que ama ha nacido
de Dios y conoce a Dios. 8El que no ama no tiene ni idea de Dios, porque Dios
es amor.
Religión o vida.
Cristo no
delimita un sector de la existencia para dedicarlo a Dios, pide la existencia
entera. La moral es el modo de vivir, y ése es también el testimonio y el
culto. Cristo muestra la posibilidad de un nuevo modo de vida, sin sacar al
hombre de su marco histórico, pero cambiando su actitud. No crea una nueva historia,
da meta e impulso a la única historia. Si la ruta en el tiempo de los grupos
cristianos se llama historia de la Iglesia, la ruta de la humanidad entera
debería llamarse historia del reino de Dios, y en ella es donde operan los
cristianos. Religión se refiere a ciertas
actividades, vida es la existencia global; y la vida cristiana es vida humana orientada al bien de
los demás y al testimonio en el mundo del amor de Dios. Toda
manifestación del hombre, desde la política hasta el arte y el trabajo, entra
en la esfera cristiana.
Por eso
la revelación de Cristo no es para san Juan una doctrina superior ni una
enseñanza conceptual sobre Dios y el hombre; no se percibe tampoco únicamente
con las herramientas intelectuales: "Lo que oímos, lo que vieron nuestros
ojos, lo que contemplamos y palparon nuestras manos... porque Vida se manifestó
y nosotros la vimos, damos testimonio y os anunciamos la Vida eterna que estaba
de cara al Padre y se nos manifestó" (1 Jn 1,1-2).
Esa vida, que es eterna, viene a realzar, a dinamizar y a
dar permanencia a toda la vida del hombre.
Si se
quiere agudizar el contraste, cabe decir que Cristo
llama a la vida y la hace posible; lo de antes era muerte, fundado como estaba
en el odio y la rivalidad, en la alienación y la ruptura. El
propósito de Dios en Cristo es que el hombre lo sea
plenamente, en todas sus dimensiones. Dios no se equivocó en su
primera creación, no tiene por qué corregirla, pero quiere llevarla a plenitud,
dando la salud al mundo, para que tenga vida y le rebose (Jn 10,10). No postula prácticas, observancias u homenajes; si el
hombre es libre, responsable, solidario, servicial, sincero, eso es lo que Dios
quiere.Para ello le da su Espíritu que lo lleva adelante. Algunos, los
que él llame, reconocerán de dónde viene la ayuda y sabrán el nombre del dador;
pero eso a Dios no le corre prisa, llegará en su momento. Lo que le interesa de verdad es que el hombre encuentre
una vida humana en la relación fraterna con su semejante.
Es
necesario que haya creyentes para empezar ese género de vida, para que sean
levadura de la sociedad y también para que la energía de la fe impida que decaiga
el empeño del amor; pero no hace falta que toda la humanidad sea cristiana,
basta un catalizador en el mundo.
Supuesto el propósito de Dios, los que practican el amor del
prójimo están más cerca del reino que los que sólo tienen fe religiosa e inactiva. El amor al prójimo es el que salva; así aparece en la
escena del juicio. En cambio, quien sólo sabe decir: "Señor, Señor",
pero no lo traduce en acciones, no será admitido.
Si Dios
es amor, únicamente quien ama se parece a él, y eso es lo que él espera. Todo el
que practica el amor es hijo de Dios; aunque no lo sepa, lleva
el parecido en la cara. El cristiano sabe además de quién es hijo, se lo ha
enseñado el Hijo primogénito, el hermano mayor, que conoce al Padre y nos
hablado de él (Jn 1,18; 3,32).
Por eso,
ser cristiano es vivir de modo que el amor que Dios derrama en lo interior
salga fuera y queme. Usando otra metáfora, es labor de acuñadores; el oro lo
tenemos, Dios lo da. Hay que hacerlo moneda para irlo repartiendo. Algunos
poseen el lingote sin saber de quién viene; hasta que lo acuñen y repartan, eso
es lo que Dios pretende.
En
consecuencia, es obligación del cristiano alabar a todo acuñador que encuentre
y cooperar con él. Si se presenta la ocasión, podrá explicarle quién
proporciona el oro, pero lo importante es que se distribuya; de llamar a la fe
se encarga Dios. Además, los quilates del amor no se miden por la fe explícita;
había uno que expulsaba demonios usando el nombre de Jesús, pero que no
pertenecía a su grupo; los Zebedeos quisieron impedírselo, pero el Señor se
opuso: "No se lo impidáis, quien no está en contra de vosotros está en
favor vuestro" (Lc 9,49-50). No hay que interceptar el bien en nombre de
la fe, que es la motivación consciente del amor mutuo. En todo caso, si alguien
practica el amor desinteresado a los demás es porque Dios se lo ha dado, y Dios
conoce los quilates de su oro.