domingo, 29 de enero de 2017

MI TRIGÉSIMO PRIMERA CATEQUESIS DE CONFIRMACIÓN.

UN MINUTO PARA EL ABSURDO: 88.
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"Soy un hombre rico, pero muy desdichado...
¿puedes decirme por qué?

"Porque empleas demasiado tiempo en hacer dinero,
y demasiado poco en practicar el amor", le respondió el Maestro.


ÁMBITO UNIVERSAL DEL ISRAEL MESIÁNICO. CURA A UN LEPROSO. Mt 8,2-4.
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                    2 En esto se le acercó un leproso, y se puso a suplicarle:
                    - Señor, si quieres puedes limpiarme.
                    3 Extendió la mano y lo tocó diciendo:
                    - ¡Quiero, queda limpio!
                    Y enseguida quedó limpio de la lepra.
                    4 Jesús le dijo:
                    - Cuidado con decírselo a nadie; al contrario, ve a presentarte al sacerdote y ofrece el donativo que mandó Moisés como prueba contra ellos.

EL LEPROSO.
(Mc 1,39-45 Par.)

En el Evangelio de Marcos (1,39-45) y, paralelamente, en los de Mateo (8,2-4) y Lucas (5,12-16) aparece la figura de un leproso que se acerca a Jesús y le pide que “lo limpie”. Para dilucidar a quién representa el leproso seguimos el relato de Marcos.

Hay que considerar en primer lugar el contexto en que aparece el enfermo y se realiza el hecho. Jesús ha terminado una gira por toda Galilea, proclamando la cercanía del reinado de Dios (1,39; cf. 1,14s). El episodio del leproso aparece así como el colofón de la actividad itinerante de Jesús en Galilea. Si se piensa en la circunstancia, es extraño que sólo se le acerque un enfermo. Se esperaría que, como en otras ocasiones, acudiese a él o le llevasen una multitud de enfermos (1,32-34; 3,7-12; 6,54-56). El hecho de que sea solamente uno, que se presente a Jesús por propia iniciativa, y precisamente al final de su actividad, hace sospechar que se trate de una figura creada por Marcos para indicar cuál fue el problema más grave encontrado por Jesús en Galilea, cuando iba proclamando en las sinagogas.
En Israel, por otra parte, el leproso era el caso extremo y el prototipo de la marginación religiosa y social (Lv 13,45s). Declarar injusta la marginación del leproso significa denunciar toda marginación.
Porque no se trata de una simple curación; de hecho, esta palabra no aparece en toda la perícopase habla en ella de “limpiar/purificar”El episodio expone en realidad un principio general que atañe a todo marginado religiosamente. Lo indica Marcos con la expresión: “[Jesús], conmovido, extendió la mano y lo tocó, diciendo: “Quiero, queda limpio” (1,41).
El verbo “conmoverse” es exclusivo de Dios en el AT y en el judaísmo. Al atribuir a Jesús el sentimiento de Dios y afirmar que, con tal de “limpiar” al leproso, lo tocó, violando la Ley (Lv 5,3; cf. Nm 5,2), Marcos está declarando que la marginación, aunque pretenda respaldarse con la Ley divina, no procede de Dios, sino que es cosa impuesta por los hombres (1,44: “lo que prescribió Moisés”; cf. Lv 14,1-32); en consecuencia, es inadmisible e injustificable marginar a alguien en nombre de Dios.


El leproso resulta ser, por tanto, el prototipo del marginado, el representante de todos los que, en nombre de la ley religiosa, eran marginados de la sociedad judía.

                   UNA REFLEXIÓN FINAL.

La lepra, instrumento de castigo de Dios para con los culpables, era temida como una maldición divina (Nm 12,9-12; 2 Re 15,5). El leproso era considerado como un "aborto que sale del vientre, con la mitad de la carne comida" (Nm 12,12). 

Rápidamente reconocibles, pues debían llevar las vestiduras rasgadas y gritar: "¡Inmundo! ¡inmundo! (Lv 13,45), los leprosos vivían separados de la sociedad y no podían acercarse a nadie ni nadie podía acercarse a ellos. 

Equiparados a los cadáveres, su curación era considerada tan imposible como la resurrección de un muerto (2 Re 5,7). A lo largo de la Biblia se conocen solamente dos curaciones de leprosos: la de María, hermana de Moisés, llevada a cabo por Dios (Nm 12,9-15), y la del Naamán el sirio realizada por el profeta Eliseo (2 Re 5,1-14). 

La situación de los leprosos era de desesperanza, porque sólo Dios podía quitarles la lepra, pero la Ley enseñaba que, sólo tras ser purificados, podían dirigirse a Dios. Y para ello debían subir al templo de Jerusalén donde les esperaban cuarenta latigazos si se aventuraban a entrar (Kel. Tos. 1,8). 

Pero si el acceso al Dios del templo está prohibido, siempre es posible acceder al Dios que se manifiesta en el hombre Jesús.

Y un leproso, transgrediendo la Ley que le prohibía todo contacto humano, toma la iniciativa, se acerca a Jesús y le pide: "Señor, si quieres, tu puedes purificarme". 

El leproso no pide ser curado de la lepra, sino ser purificado, esto es, que se le quite aquella impureza que le impide dirigirse a Dios, el único que habría podido curarlo de la terrible enfermedad (la curación de la lepra no bastaría, sin embargo, para volver puro al hombre). 

El evangelista subraya este propósito, omitiendo en la narración términos como curación o curar, poniendo en evidencia el carácter religioso de la petición de purificación. 

En el único caso de curación, narrado por la Biblia, llevada a cabo por un individuo, el profeta Elíseo, verdadero hombre de Dios, para respetar la ley rechaza todo contacto con el leproso a quien no quiere ni ver, curándolo a distancia (2Re 5,10). 

Jesús, por el contrario, no huye del leproso, sino que transgrediendo la Ley (Nm 5,1-4), "extendíó la mano y lo tocó" (Mt 8,3). "Extender la mano" es la expresión con la que se describe la acción líberadora de Dios y de Moisés en las diez plagas: «Yo extenderé la mano y heriré a Egipto» 
(Ex 3,20). «Extiende tu mano sobre Egipto, haz que la langosta invada el país» (Ex 10,12). 

Si este gesto provoca destrucción y muerte, la acción de Jesús se realiza para restituir la vida: "Quiero, queda limpio» (Mt 8,3). 

A la petición del leproso "si quieres, puedes limpiarme", el Señor no responde "puedo", sino "quiero": por primera vez, demuestra Jesús que el designio de Dios, ya anunciado en el "Padre nuestro" (Mt 6,10), es la eliminación de cualquier barrera que impida a su amor alcanzar a todos los hombres para darles la posibilidad de llegar a ser hijos suyos. 

Jesús, el Dios con nosotros (Mt 1,23), revela la falsedad de una legislación que pretendía provenir de Dios y que enseñaba que era necesario ser puro para acercarse a él. Jesús demuestra que la acogida del amor de Dios es la que hace puros: y en seguida quedó limpio de la lepra. (Mt 8,3). 

Y con la lepra se deshace también la enseñanza de los escribas basada en la discriminación entre los hombres en nombre de Dios; el Señor dirige su amor ("queda limpio") también al individuo que se consideraba castigado por Dios. 

Jesús no rehabilita al hombre por sus méritos, sino gratuítamente, como don del amor de Dios. 

No así los sacerdotes del templo que especulan con los sufrimientos humanos y cobran comisiones por cualquier cosa. 
De hecho los sacerdotes tenían el poder de declarar curado a un leproso o no, y de permitirle su reinserción en la sociedad (Lv 14,1-32). 

Este precioso certificado de curación realizada era concedido mediante la extorsión (que los sacerdotes llamaban "ofrecirniento") de "dos corderos sin defecto, una cordera añal sin defecto, doce litros de flor de harina de ofrenda, amasada con aceite y un cuarto de litro de aceite" (Lv 14,10). 

Impuesto sobre la salud que intentó cobrar también Guejazí. Este, criado de Eliseo, pensó sacar algo de la acción del profeta, que había curado gratuitamente al leproso y, una vez sano, "porfió a Naamán, hasta que le metió en dos costales seis arrobas de plata con dos mudas de ropa, que entregó a un par de esclavos para que se los llevasen" (2 Re 5,23). La codicia del criado sería severamente castigada: "-Que la enfermedad de Naamán se te pegue a ti y a tus descendientes para siempre", le dijo Eliseo (2Re 5,27). 

Como el profeta Elíseo, Jesús cura gratuitamente al leproso, y ahora lo envía al sacerdote para "ofrecer el donativo que mandó Moisés como prueba contra ellos" (Mt 8,4). 

No es un respetuoso obsequio de Jesús a la legislación (que él mismo ha transgredído), sino una invitación tendente a hacer tomar conciencia al leproso y a los sacerdotes de la novedad de la buena noticia de Dios. 

La prueba que Jesús envía a los sacerdotes es que Dios actúa al contrario de ellos (sus jefes juzgan por soborno, sus sacerdotes predican a sueldo, sus profetas adivinan por dinero", Mi 3,11), y el hombre es invitado a experimentar la diferencia entre el don gratuito del Dios de Jesús y la avaricia del insaciable Dios de los sacerdotes.


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